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LA CÁMARA SIN LENTE

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Por: Yaír André Cuenú Mosquera

El ingeniero químico anunció públicamente que había emprendido un proceso científico cuyo resultado sería la total reconstrucción de una cámara de gases. Ese día su salida fue custodiada por los guardias de seguridad. Desde entonces los insultos eran aviso de su arribo a cualquier parte. En casa fue motivo de vergüenza, y se quedó solo. No tardó mucho para que sucediera lo esperado: salía de casa cuando sintió una pedrada, luego un puñetazo y lo demás, golpes como sangre. Al mes, apenas salido del hospital, frente al asedio de los periodistas entregó mensajes de paz:

“Solo somos parte, luego vendrá el resultado de un proceso. Todos somos un proceso”.

Puso la otra mejilla ante las cámaras. Detractores y admiradores observaron sus declaraciones en silencio. Unos con los puños cerrados imaginando venganza, otros con lágrimas que dejaban ver su admiración por un mensaje que sentían venido desde el mismísimo cielo, llegado a iluminar sus corazones. Entonces regresó a casa, como también lo había hecho su familia, ahora conmovida, ahora admirada. Era noticia, se veía en portales, las entrevistas no daban respiro, sus redes sociales estaban inundadas con comentarios de distinto tipo. Contestó todas y cada una de las preguntas, respondió comentarios, mensajes por interno y hasta que no dejó de vibrar su celular, no paró. 

Como pasa con el tiempo, dejó de ser noticia. 

Meticulosamente revisa una y otra vez el video de seguridad donde quedó registrado el ataque que sufrió en casa. Toma pantallazos, lo detiene, adelanta, retrocede. Acerca los rostros, hasta los más difusos. Le toma unas semanas poder ubicar al primero, hasta que da con el de la patada en la costilla izquierda. Tiene una extraña sensación que mezcla dolor en la misma zona de su cuerpo. Sigue su búsqueda. Halla a quien le asestó con la tabla en el rostro; lo reconoce de fotografías grupales en redes sociales. Una de esas que sacan las buenas gentes a menudo. Ahí también están otros, quienes intentaron quitarle los pantalones, aquel que lo arrastró de la camisa. Todos amigos, todos felices, todos en una foto. Con las etiquetas llega a las mujeres que lo escupieron y siente que son suficientes para echar a rodar su re-creación. Los datos están completos, termina. La cámara está lista. Y llega el momento de comprobar el resultado de su proceso. Tiene un listado preparado, escribe cartas con aire de exclusividad a quienes ha identificado y se sienta a esperar el arribo de los que darán vida a la cámara sin lente. 

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