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*

Por: Darío Rodríguez

Tiempo de lectura: 7 minutos

* bosteza. A medida que va abriendo su boca los miembros empiezan a desencajarse. Van desprendiéndose del cuerpo. 

En primer lugar las piernas. 

Se alejan de él. 

Luego los brazos. Y el cuello. 

Al final, la cabeza. 

Cuando ya la cabeza ha tomado vuelo propio, *cierra la boca.  

*vuelve a su casa. Camina sobre una acera penumbrosa. De pronto su corazón se despide de su pecho, sale no sin dificultad, y se va dando tumbos en sentido contrario al de *, por la misma acera. 

Consternado, * lo persigue para constatar qué destino asume.

Observa que el corazón se aposenta junto al marco de una ventana, a pocos metros del sitio por donde * caminaba. 

Una vez el corazón se acomoda sobre el mesón de la cocina, la ventana se torna iluminada desde adentro. Como si tuviera luz propia. 

*observa a un perro.

Que lo observa a él.

El perro rasca su cabeza con movimientos tenues de la pata derecha.

Vuelve a mirar hacia arriba, al rostro de *.

Quien, a su vez, lo contempla perplejo. 

El perro se repliega en sí mismo. Encorvado, asume ademanes de feto.

Mientras va encogiéndose, su fisonomía va cambiando. A partir de la cabeza, siguiendo por el cuello, los hombros y demás, se va convirtiendo, por fases paulatinas, en un gato. 

Hasta que * lo mira ya transformado en un gato entero. 

El ahora gato le devuelve la mirada y se va.

Deja solo a *. 

*parpadea. 

*juega a rebotar una pelota sobre el suelo. 

La arroja al asfalto y vuelve a las manos de *.

Decide lanzarla hacia arriba.

La pelota asciende hasta perderse en el cielo matinal. 

*se queda esperando a que baje.

Sin embargo, la pelota nunca baja.

*Empina la cabeza. Espera. 

Espera. 

Termina por bajar la cabeza, un poco triste y con las manos extendidas – en actitud de quien formulara, entre afanes, una pregunta -. 

Las recoge, decepcionado.

Entonces, * se eleva involuntariamente. 

Él es el primer sorprendido ante este ascenso. 

*es atacado por una mano que lo dobla en tamaño.

La mano, provista de una goma para borrar, va desdibujando el brazo derecho de * hasta desaparecerlo. 

Cuando la mano desciende, dispuesta a eliminar la mano derecha de *, surge – con idéntica velocidad a la del borrado -, de nuevo, el brazo derecho. 

*observa a la mano y a su goma.

Después a su brazo, recién aparecido.

Su temor no cesa.

Duerme. En pie. 

Inclina un poco todo su cuerpo que permanece, no obstante, recto. 

Se abalanza al suelo. Este va tornándose de lineal a curvo; así,  *cae suavemente y en el piso, ya encorvado, le recibe la cabeza, el tronco. 

Ahora * duerme más plácido. 

*tose con levedad.

Después de toser por segunda vez abre la boca y de ella sale una hoja de papel blanca, arrugada.

Cuando la hoja levita, afuera de * (aunque equidistante a su estatura), desde los lustrosos zapatos negros y hacia arriba, el pantalón, negro también, la camisa blanca con tirantes, el cuello, y al final el rostro, adquieren una pigmentación negra.

Así pues, quedan en escena un * negro por completo. 

Y la hoja de papel más luminosa que nunca.   

Observamos a *. Tiene el ceño fruncido. Aunque sólo junto a sus cejas y ojos. 

Luego vemos ya su rostro entero. 

Sonríe satisfecho por alguna razón.  Empero, sin abandonar su rictus de gravedad.

De inmediato retira la sonrisa.

Ahora está serio.

Las cejas arqueadas.

Detectamos en * un asombro ante algo que mira. 

Quizá se sorprende ante la persona que lo observa, allá, en frente de la página. 

*comienza a reírse.

Generosas carcajadas.

Aumenta el volumen de su boca abierta. Empieza a descomponerse el resto de su organismo en pequeños trozos que ahora son lágrimas. 

Las lágrimas van cayendo al suelo, granulándose aún más. 

Hasta que el rostro de * también se fragmenta en lágrimas.

Pese a todas las escisiones, *nunca deja de reír con estruendos. 

Un puñado de líneas rectas van enfilándose horizontalmente hasta configurar el rostro y el cuerpo de *.

Una de las líneas resulta desubicada. No halla sitio dentro del dibujo. 

*la observa con un dejo compasivo.

La lleva a sus labios.

Dócil, la línea sinuosa, se comporta como si fuera una menuda pajita entre la boca de *.

*estrena un corbatín que le queda, quizá, grande.

Le cuelga.

Comienza un furioso aguacero. 

*se encuentra parapetado sobre una superficie de madera que flota entre lo que, parece, es el mar o un ancho río. 

Como la lluvia arrecia, la superficie de madera se va hundiendo presionada, sin duda, por la fuerza de las lluvias. 

*se mantiene en pie. 

Ve cómo se hunden sus rodillas y tronco. Dibuja un gesto de temor porque el agua ya le ha llegado al cuello. 

Pero su cabeza no se hunde: el corbatín le permite sobresalir.

*casi asustado, casi aliviado, ladea la cabeza que roza las aguas.      

Ahora * se encuentra detrás de unos barrotes. Es presumible que esté encarcelado o enjaulado dentro de su propia casa. 

Sale de uno de sus letargos y toma algunas decisiones.

Primero pulsa los barrotes, los toca con las yemas de sus dedos y les hace brotar diversas sonoridades. 

Después los junta y arma con ellos una frazada con la cual se cubre. 

Al final los ablanda hasta convertirlos en fideos. * ingiere los barrotes. Uno a uno. Mastica, complacido. Cuando concluye su cena o almuerzo, se va.  

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