El vínculo esencial de un artista es con su obra; solo en un segundo momento lo será con el contemplador de la misma (el lector, en el caso de la literatura); y solo en un tercer momento lo será con el mundo del mercado. Ahí reside, creemos, buena parte del secreto que descifra el hecho de que unos autores sean exitosos y otros no: en la manera como asume ese tercer momento, el del contacto con el mercado, con el comercio; es decir, con un mundo enteramente antiliterario, antiartístico. Porque, como debería ser obvio, el oficio esencial del escritor es escribir, no comercializar, tarea propia del comerciante. Es un elemental principio de división social del trabajo.