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La Hacienda

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Por: Fabián Ladino

Fue entonces cuando lo supiste, se te abrieron los ojos como ventanas de vieja hacienda y cal en las mejillas.

Los Samanes que al sol de julio cubren el verde prado no seguirán ahí cuando vengas a abrazarlos. Dejé secar el pequeño canal de agua que construí junto a tu ventana para consentir tu sueño con el suave fluir de la corriente por entre las piedras. Pensé en ella como en una de esas canciones de Silvio que tanto te gustan y te hacen cerrar los ojos en las calurosas tardes de agosto.

Dejaré que el tiempo -ese que todo lo corroe- venga a pudrir la madera de las ventanas para que  los robustos marcos de las puertas sean devorados por el infinito ejército de termitas que a propósito dejé crecer en tu reino. Que sea el viento -ese que en otro tiempo maldije por hacerte titiritar de frío- que una a una se lleve las grandes tejas de barro y que la maleza crezca enrarecida por los robustos muros de adobe y su techumbre sostenida por gruesas vigas de madera, se debiliten con los años.

Que la lluvia sedimente las bases de las columnas de ladrillo que puse ahí para custodiar tu entrada y llevarte inmersa entre sombras y luces de candelabros forjados en hierro, por los pasillos de piedra ahora inundados, llenos de lama e insectos.

Qué se caiga esta casa, ésta que guardé para ti. Que se vengan abajo los techos, que los establos rebosen de silencios y los muebles guarden el polvo de las décadas que vienen sin ti. Qué se caiga esta Hacienda, que muera la Hacienda; que por esa cocina de ladrillo pensada para ti pasen los vientos que arrastran las hojas secas del Samán.

Que no se terminen los cuartos de nuestros hijos. Que él no nazca con el espesor de mis cejas y ella no vea con tus ojos y pestañas. Que los jardines ya no lo sean, que las rosas marchiten y la verdad, pase de largo.

Qué se vaya el amor por el camino de piedra, atravesando la entrada de ladrillo y que se lleve con él la placa que cuelga bajo el marco que lleva tu nombre.

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